Mi abuela, mujer de pocas palabras y
ninguna fantasía, sonreía, socarrona, cuando yo le pedía que me
contara historias y callaba, entregada a su costura, mientras mi
abuelo, él sí, alimentaba mi curiosidad mostrando sus dotes
narrativas. Ahora, al abrir la vieja lata de carne de membrillo
reconvertida en caja de botones, me parece estar viéndola a ella,
delante de su máquina Singer, entretenida en enhebrar, hilvanar,
remendar y otros menesteres de aguja. Y de esa caja de otra época
parecen brotar las historias que nunca salieron de su boca. Cuánta
alegría en ese botón verde, rodeado de tantos marrones, grises y
negros, quizá de pantalones de trabajo, de camisas de soldado, de
chaquetas de luto. Cuánta angustia en ese botón amarillo, tal vez
el que apretaba con dolor sobre su pecho aquel día que el médico le
decía a su marido que no vería crecer a su primera nieta. Cuánta
vida gastada en ese botón de nácar que aun conserva restos del
hilo que en otro tiempo lo uníría a una blusa blanca de recién
nacido. Ahora abro la lata y veo ante mí, como si fueran caramelos
que mi abuela me ofreciera, tantos botones como relatos antes
callados y me parece oírla decir, mientras se me hace la boca agua:
-Anda, coge uno y tendrás una
historia.
2 comentarios:
Precioso relato!
Me encantó
Extraño a mi abuelita!! Recuerdo los tangos que me hacia escuchar, los mates cocidos y el huevito pasado por agua!!
Gracias por el recuerdo!
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