Ilustración de Sonja Wimmer, en El baúl que no tenía mi abuela
Texto ejemplo de descripción a partir de un objeto, con elementos narrativos:
Uno de los objetos que mejor recuerdo
de mi infancia es el pañuelo de mi padre, grande, arrugado y con un olor entre dulzón y metálico. Si hay algo que me permite retrotraerme al pasado,
con sus olores e imágenes, cual magdalena de Proust, es cualquier
pañuelo de tela beige, con listas marrones, parecido al de mi padre.
Me veo en bicicleta con él conduciendo, yo atrás en el
portamaletas, sin casco ni protecciones, que no eran necesarios
porque su pañuelo tenía el don de curar la angustia de cualquier
herida y borrar el desconsuelo de cualquier lágrima. Recuerdo una
rozadura en la rodilla al bajarme de la bicicleta y el abrigo de ese
pañuelo, que salía inesperadamente del bolsillo del pantalón de mi
padre y que era como un abrazo que eliminara de golpe la hiel del
dolor. Me gusta especialmente esta imagen de los dos en la bicicleta
por ser una de las pocas en las que aparecemos sólo él y yo,
inusual en una familia numerosa con cinco hermanos.
Mi padre era
un hombre joven entonces, que me llevaba a su trabajo, donde
bromeaban conmigo sus compañeros. Allí estaba Mateo, el municipal,
tan serio y formal, con su uniforme y su fama entre los niños de
duro agente que requisaba las pelotas y balones de los que se
atrevían a alterar con sus juegos el orden de las calles. Allí
estaba, con sus manos encalladas sosteniendo con mimo un puro casi
acabado, sonriendo burlón y tierno a aquella niña....También había
allí, entre el olor a legajos, rancio y oficial, una especie de
falsos caballeros medievales que daban un aspecto tenebroso al lugar,
o eso me parece recordar...Aunque a mí no podían hacerme nada, pues
iba de la mano de mi padre, entonces me parecieron temibles e
imponentes armaduras, pero con el andar del tiempo, una vez sin vida
el antiguo Ayuntamiento y cedido ocasionalmente a los jóvenes del
pueblo para alguna fiesta navideña, me daría cuenta, al pisar de
nuevo aquel edificio ruinoso, de que eran pequeños y ridículos
muñecos enlatados, caricaturas de lo que en otro tiempo fueron en la
mente de una niña.
También guardo en mi memoria retazos
de visitas a tiendas de ultramarinos, donde él iba a hacer cualquier
gestión que a mí se me antojaba importante, a juzgar por lo bien
que consideraban a su pequeña acompañante, a la que agasajaban aquí
con unos esperados caramelos, allí con unos no tan agradables
pellizcos en los mofletes o unos besos sonoros y apretados... En una
de esas tiendas me compró una cestita de rafia verde festoneada de
blanco en los bordes. En ella fui guardando, creyéndolos a salvo,
los sabores y olores del cariño de aquel tiempo. Y ahí permanecen
desde entonces.
1 comentario:
Me mori de amor!
es muy tierna y profunda esta publicacion
Muchas gracias por compartirla
besos
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