Procedencia de la imagen
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire.
Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.
Juan José Arreola
4 comentarios:
Es uno de los mejores cuentos breves que he leído. Dice mucho entre líneas, sobre vida, sobre literatura, sobre la realidad y el deseo...
Gracias Marian, el cuento es precioso, y los recortables me han encantado y me han traslado por momentos a mi niñez.
Un abrazo
Si, si, Antonio, dice muchísimo. Es genial. Hoy en día habría que incluir también lo virtual entre las maneras de eludir la realidad.
GranHada, me alegro de "verte" por aquí. Enhorabuena por tu nuevo blog.
Besos
Y los recortables, geniales, lo que tú no encuentres...
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