Volví a enfocar su figura uniformada en la mirilla del rifle. Ese maldito guardabosques llevaba demasiado tiempo persiguiéndome y ahora era yo el que lo tenía a tiro. Sólo había que apretar el gatillo y por fin podría vivir en paz con mi chica, la de la caperuza roja. Sólo había que hacer eso. Y el cuento de siempre hubiera sido otro.
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